¿Parón o recuperación?

Diana Negre es una periodista que nació en Bucarest, Rumanía. Habla muchos idomas, como si fueran… sus lenguas maternas: catalán, español, francés…rumano…(entre otros)…y, por supuesto, inglés, porque, como periodista, se consagró en EEUU, donde vive desde hace muchos años.

Es famosa también en Cuba : su voz ha llegado a ser muy familiar en la isla, a través de los programas emitidos por la emisora de radio JOSÉ MARTÍ.

Acude a Rumanía, a menudo, para dar conferencias sobre temas  de política norteamericana y para impartir clases de periodismo.

¡Es un gran privilegio contar con su colaboración!

¿Quién llegará a la Casa Blanca, Hillary Clinton o Donald Trump ?

De momento, sus proyectos son un continuísmo estancado y  una promesa bastante vana de renovación, respectivamente.

¿Parón o recuperación?

Washington, Diana Negre

hillary-clinton “A los republicanos no les gustan las buenas noticias” – dijo el presidente Obama, la semana pasada, al divulgarse los datos del censo en cuanto a los ingresos de la clase media norteamericana: en 2015, con un crecimiento del 5.2%, experimentaron el aumento más alto de los tiempos modernos.

Es algo que debería beneficiar al Partido Demócrata, al que pertenecen tanto el presidente, como la aspirante a la Casa Blanca, Hillary Clinton, que, sin duda, habrá de esgrimir este argumento en su campaña electoral, pues, se presenta como sucesora de Barack Obama.

obama

Para su rival, Trump, en cambio, que ha centrado su campaña en torno al descontento por la parálisis económica del país, habría de constituir un problema y debilitarle en momentos en que su campaña parece recuperarse.

En semejante situación, no cuesta comprender que los datos han suscitado un debate en torno a la marcha de la economía norteamericana: por una parte, el paro se ha reducido a la mitad desde que Obama llegó a la Casa Blanca y los ingresos de la mayoría de los trabajadores han aumentado, pero, al mismo tiempo, la productividad laboral se ha reducido, el total de la fuerza laboral  es menor que años atrás y la renta de la población está estancada en el nivel alcanzado antes de la crisis.

La interpretación de estos datos da pie a debates y otro tanto ocurre con lo que se refiere a la “desigualdad”, uno de los lemas demócratas, que lamenta, sin cesar, la creciente disparidad entre los ingresos de los superricos y los parcos recursos de los más pobres, y de grupos como los negros o los inmigrantes de la mayoría de los países.

Ciertamente, la mayor parte de la riqueza la produce y la goza el 20%  – los más ricos del país -, mientras que el 60%, que constituye la clase media, tan solo genera y disfruta del 45% de los ingresos. Y algo semejante ocurre con las disparidades raciales: a pesar de decenios de luchas por los derechos civiles y para eliminar el racismo, la clase media negra gana, hoy, el 57% de lo que ingresan sus conciudadanos blancos.  En esto, están peor aún que los inmigrantes de diversos países hispanoamericanos, quienes alcanzan el 71.7% de lo que ganan los blancos.

La situación se presta – y se usa – para fines políticos: los demócratas y los negros – que votan a los demócratas en más del 90% – lo explican como una muestra de un racismo profundamente arraigado en la sociedad norteamericana y culpan de ello al Partido Republicano. Los republicanos conservadores lo ven como una prueba de que las medidas sociales progresistas son contraproducentes y perjudican a aquellos que quisieran beneficiar: a base de sopa boba, dicen, los beneficiados acaban siendo bobos.

Aunque es difícil encontrar un economista cuya visión no  esté teñida de interpretaciones políticas, muchos señalan que, entre los responsables de los males económicos, hay una serie de factores, como la evolución demográfica o el desarrollo tecnológico, ajenos a la influencia de los políticos de cualquier color.

Y en efecto, a medida que la población envejece, aunque el número de habitantes del país aumenta, disminuye la población activa, pues muchos trabajadores han dejado su empleo simplemente por razones de edad.   Otro tanto ocurre con el desarrollo tecnológico, que probablemente tiene tanta o más responsabilidad por la pérdida de puestos de trabajo, que la globalización y los tratados de libre comercio, que tanto critica el candidato presidencial, Donald Trump.

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Son cuestiones que van más allá de las discusiones académicas o los debates para conseguir  avances políticos, pues determinarán las políticas económicas que apliquen el futuro presidente y los congresistas y senadores norteamericanos – y tendrán un impacto decisivo, tanto en la economía de Estados Unidos, como del resto del mundo.

En esta economía, abocada a la globalización desde que se han abaratado y simplificados los viajes y desde que las telecomunicaciones  han masificado la información, Washington es como la banca de un  casino mundial:  lo que allí se decide nos afecta a todos, aunque tan solo voten los socios de la banca.

¿Mantendrán los Estados Unidos, bajo la presidencia de Hillary Clinton, las tendencias hacia la globalización?

Si se impone Clinton, la suya será una política de continuísmo, muy diferente de los cambios prometidos por Trump. La semana pasada, el magnate neoyorkino abundó en el optimismo y señaló que rechazaba el principio de que lo normal es, a partir de ahora, un “estancamiento secular”, al que nos hemos de acostumbrar: “Mi plan económico – dijo Trump, el pasado jueves, – es rechazar el principio cínico de que nuestra fuerza laboral seguirá disminuyendo, de que nuestros puestos de trabajo seguirán emigrando y que nuestra economía ya no puede crecer como antes”.

En vez de abundar en sus slogans habituales de proteccionismo y cierre de fronteras, insistió en las posibilidades de futuro; “rechazamos el pesimismo de que nuestro nivel de vida no puede seguir subiendo y que no tenemos otro remedio que dividir y repartir unos recursos menguantes.  Podemos arreglar todo lo que no funciona y convertir en éxito cualquier fracaso”.

Aunque las encuestas todavía dan una ventaja cada vez menor a Hillary Clinton, el mensaje optimista de Trump aún podría llevarle a superarla AÚN MÁS  y ponerle en la Casa Blanca.  Recordemos que, hace 24 años, el lema electoral de Clinton era “se trata de la economía” y lo mismo, tal vez, se pueda aplicar a Trump. Si no es así, la política continuísta de Clinton puede generar aún más oposición a las normas tradicionales y preparar el camino para un político y un partido que ofrezcan una nueva visión económica.

Diana Negre

Autorizamos la reproducción total o parcial de este artículo a condición de que se mencionen la fuente y el autor: http://www.ghemulariadnei.worldpress.com     y  Diana Negre.

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