LA SEGUNDA REVOLUCIÓN TURCA

Tenemos el privilegio de contar con la colaboración del periodista español y profesor de periodismo, VALENTIN POPESCU, columnista de primera magnitud y corresponsal, durante un cuarto de siglo, de LA VANGUARDIA  de Barcelona, en Bonn, R.F. de Alemania.

En esta ponencia, Valentin Popescu explica el modo en que se ha mantenido, hasta nuestros días, el espíritu renovador iniciado por la revolución modernizadora de Kemal Mustafá Atatürk, la actuación discreta, mesurada y eficaz del generalato, los retos y las tentaciones que ha de enfrentar esta nación musulmana.

LA SEGUNDA REVOLUCIÓN TURCA

Mustafa Kemal Atatürk 1Mustafa Kemal Atatürk, 29 de octubre  1923

La República Turca es, actualmente, el gran protagonista del mundo musulmán. En parte, porque es el único país del mundo, que ha llevado a cabo dos grandes revoluciones, en un siglo escaso. Y en mayor parte aún, porque Turquía es, hoy en día, la única nación islámica que lleva diez años ininterrumpidos de éxitos económicos y políticos.

Voy a rectificar : Turquía no ha realizado dos grandes revoluciones, sino  una revolución y un renacimiento.

La revolución es la de Kemal Mustafá, más conocido por Atatürk, palabra que quiere decir “padre de los turcos”. Yo considero que ha sido la única revolución autentica – amplia y profunda – del mundo de los últimos 500 años. Todas las demás, incluyendo la modernización del Japón, han sido meros cambios de titularidad del poder. Y la japonesa, cuya dimensión social es casi pareja a la de Atatürk, no fue una revolución, sino una reforma social profunda, pensada y llevada a cabo desde arriba.

En cambio, Kemal Mustafá y los militares jóvenes que le secundaron mataron una mentalidad, una sociedad y una cultura para dar paso a algo radicalmente nuevo. La supresión del sultanato, del alfabeto árabe y de la sumisión de todo un pueblo a una visión religiosa de la vida y del mundo parió literalmente un nuevo país, una nueva cultura, una nueva sociedad y una nueva ubicación histórica, ahora laica y europeísta. Atatürk precipitó la desaparición de un Estado moribundo–el sultanato turco–para darle a esta masa humana una nueva conciencia y unas nuevas herramientas con que insertarse en el Siglo XX.

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Como no soy historiador, me permitiré, aquí, la osadía de decir que Kemal Mustafá llevó a cabo incluso una revolución de la historia otomana. Porque la insignificante tribu turca – tan insignificante que se la conoce por el nombre de Osman, su líder, y no por gentilicio alguno – que abandonó el pastoreo en las llanura caucásicas para lanzarse a la conquista del Imperio Romano de Oriente alcanzó su protagonismo histórico de siglos justamente a base de no inventar nada.  Los otomanes se imponían por las armas porque los romanos ya no sabían, ni querían luchar. Y cementaban políticamente sus conquistas porque dejaban que en las sociedades conquistadas todo siguiese funcionando como antes, pero a sus órdenes. Como escribió el gran historiador francés Jean Duché, aplicaron al gobierno de las masas humanas los mismos métodos y técnicas que habían usado en las estepas para manejar las manadas de ovejas y cabras.

Naturalmente, Atatürk sabía que lo más difícil de su revolución no era imponer el cambio radical, sino mantenerlo. Y sabía de sobras que los hombres que había medrado y prosperado desde los tiempos de Darío, acatando las leyes para no cumplirlas acabarían por hacer lo mismo con las normas impuestas por su revolución. De forma que buscó un albacea para su herencia política y lo encontró entre sus iguales : el alto mando militar turco.

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Y Kemal Mustafá acertó nuevamente. El generalato le fue, y aún le es, fiel y ha defendido con tanto celo el ideario kemalista – y de paso, su propia prepotencia – que ha intervenido repetidamente en el devenir político del país; en los últimos 50 años protagonizó nada menos que tres pronunciamientos.

Pero al cabo del tiempo, los turcos acabaron comportándose como había temido Atatürk. La reconstrucción del país derivó rápidamente en un monopolio de los negocios y el mando político para los plutócratas de las grandes urbes. Un monopolio tanto más sólido y fructífero por cuanto estaba basado en una estrecha y descarada cooperación del gran capital urbano con la gran jerarquía militar.

Aquello acabó siendo a finales del siglo pasado el escenario más clásico y deplorable de las sociedades decadentes de oriente. Los desniveles sociales entre la Turquía urbana y rica y la Turquía rural y pobre habían llegado a ser abismales.  La corrupción dejaba en pañales a la Administración fanariota; la inflación y el paro competían en ver quien crecía más deprisa; el problema étnico desembocó una mini guerra civil azuzada por los kurdos comunistas del PKK; y las masas apolíticas y pobres se dejaban tentar por todas las ideologías antigubernamentales, desde la izquierda radical, hasta los nostálgicos del islamismo.

Es en este momento – al cambio de siglo – al generalato turco le da más miedo el comunismo que el islamismo. Y apuesta por éste, por un islamismo de programa moderado y con dirigentes que habían servido con aceptable lealtad en la Administración pública. El alto mando militar cree que encaramar en el poder al AKP de Erdogan, Güll y Davutoglu impedirá un auge de la izquierda. Y soporta e incluso ayuda a que el AKP gane las elecciones del 2002.

Y aquí estamos ya en la segunda revolución turca, la de la pequeña burguesía provincial y el islamismo con piel de cordero. Es evidente que la creación del Estado laico por Atatürk había apartado a los islamistas del poder político, pero no los había erradicado. Un importante sector de la sociedad seguía creyendo en el Profeta y añorando una vida conforme al Corán. A mediados del siglo pasado aparece un partido islamista, ambicioso y duro bajo la batuta de Necemettin Erbakan. Este y su partido son acosados por los militares, pero no se trata de una persecución policial de tipo estalinista, sino simplemente de un alejamiento de todo camino de acceso al poder. A los afiliados de segunda fila – como Erdogan, Güll o Davutoglu – se les deja en paz. Tan en paz que, cuando fundan el AKP inspirándose en la doctrina de Erbakan, pero con un perfil islamista moderado, desde el generalato se les ayuda incluso a hacerse con el Gobierno nacional.

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En realidad, lo importante del AKP no es ni el islamismo, ni su jefe de Gobierno, su presidente de la nación o el ministro de Exteriores. Lo importante, lo profundamente revolucionario, es que, en los últimos 30 años en Anatolia y las demás provincias atrasadas del país, ha surgido una generación de empresarios y funcionarios que no sueñan con el pelotazo o arrimarse a un buen padrino, ni buscan estafar al Estado, sobornando a los mandatarios.

Estos revolucionarios a la chita callando son personajes que conocen su oficio y que luchan con sentido práctico a fin de abrir mercados en Turquía y en las naciones vecinas para sus pequeñas o medianas empresas. Son también abogados, ingenieros y médicos que triunfan por lo que saben y no por las relaciones que tienen.  Y como a su laboriosidad y búsqueda obsesiva del éxito suman una renacida fe en Alá a esta generación se la conoce por la de los “calvinistas islámicos”.

El término alude injustamente exclusivamente a la burguesía provinciana. Y los notables y rápidos éxitos de ésta no habrían sido posibles sin una masa laboral que va, desde el peonaje y campesinado, hasta el artesanado que es sumamente trabajadora, honrada, disciplinada y con ganas y capacidad de mejorar en sus oficios.

Con una mentalidad así, una nación de 80 millones de habitantes puede transformarse en una de las primeras potencias económicas de la Unión Europea si se la deja acceder libremente al mercado de capitales para potenciar su industria y agricultura. Es algo que vieron ya hace lustros alemanes y franceses. Por eso, en contra de promesas y necesidades político-militares, Paris y Berlín han ido aplazando ad calendas grecas el ingreso de Turquía en la Comunidad.

Y recientemente, el claro rechazo europeo lo han entendido también el pueblo y los dirigentes turcos. El pueblo llano ha reaccionado con desamor a los desaires comunitarios. El desamor le ha resultado tanto más fácil, cuanto que el desarrollo económico nacional le ofrece en casa puestos de trabajo y buenos ingresos.

En cuanto a los dirigentes, también conscientes de que el futuro económico ya no está exclusivamente en Europa, sino más bien en los mercados débiles, pero emergentes del Oriente Medio y Asia Central, han orientado hacia esos ámbitos las metas mediatas e inmediatas de la expansión política, financiera e industrial de la Turquía del siglo XXI.

Claro que si a la hora de analizar esta segunda revolución turca se enfoca a la cúpula dirigente del AKP en vez de a la masa de la burguesía  provinciana, uno está tentado de hablar de los “cabezas redondas” islámicas más que de los calvinistas de Mahoma. Porque todo apunta a que la moderación religiosa de Erdogan y Güll fue una maniobra para poderse encaramar al poder. Como lo fue el pactismo en política internacional, donde se mantenían buenas relaciones con Israel y Egipto, bastiones occidentales en el Oriente Medio, en la misma medida en que se tendían puentes políticos a  Damasco, Teherán o Beirut.

Pero, los acontecimientos del último año – acontecimientos entre los que destacan la relegación del ingreso en la U.E. a “meta lejana” y la intransigencia en la disputa con Chipre e Israel por los yacimientos de gas natural del Mediterráneo Oriental – evidencian que, en Ankara, las metas de política y comercio exterior de Turquía se orientan a un resurgir del imperialismo otomano, a situar al país como gran potencia regional de Asia Central y el Oriente Medio. Incluso se pueden ver en la conducta exterior turca maniobras para hacer de Ankara la tercera capital del islamismo, a medio camino entre el chiismo iraní y la ortodoxia suni de los sauditas, y cada vez más lejos del Occidente cristiano.

Visto desde Ankara, el intento de Erdogan y correligionarios es legítimo y hasta oportuno, por cuanto el resurgir económico de Turquía coincide con la toma de conciencia nacional de la importancia que tiene la República en el área tanto por lazos étnicos con las naciones de Asia Central, como por los vínculos religiosos con el mundo musulmán. Y, sobre todo, con la evidencia de que la aspiración a un gran protagonismo regional surge justamente cuando Estados Unidos, Egipto, Israel, Siria y el Irán están atravesando situaciones difíciles y relegan el auge político turco al capítulo de problemas no urgentes.

ERDOGAN

Recep Tayyip Erdoğan

Autor: Valentí Popescu

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